Sobre las rodillas lluviosas de la tristeza, cabalgan dos
bocanadas en los escuálidos jinetes, donde se manejan
los epitafios de las armaduras forjadas sobre la sangre de
los esqueletos. La plegaria me devuelve a las almenas de la
tierra. Al otro lado del glaciar menor, se divisa la frontera
con la muerte. Desconfía de los prófugos. En
el opaco del gris, se cruzan las sirenas de mi propia sepultura,
buen viaje, a mi lado seguiré escarbando sobre las
espadas de los olvidados. ¿Es el duende? Silencio...
|
Quizás se apague la raíz del candelabro, ahora
que los púlpitos se embriagan bajo las cúpulas
empedradas de las ventas. Allí, cerca de la plataforma
del puerto, los raíles nos llevarán al extremo
opuesto de una ciudad decimonónica, donde todavía
se reproducen los desérticos boscajes de la niña
muerta. |