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Aquel día debí cambiarte por la lluvia.
El agua golpeaba en la tierra y los árboles
con silencioso empeño,
aunque yo sólo podía sentir
las huellas del torrente que ardía por mi cara.
Han vuelto los fantasmas de dos años atrás,
y ni siquiera puedo recurrir a tus ojos
para que me hablen de cómo te encuentras
el único modo de trascender
el alambrado de espinos que siempre
ha compuesto nuestro aire.
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