Siento plúmbeo el peso de mis párpados
que atenazan en mis ojos
restos de una vida que desfallece,
apesadumbrada de tonalidades grises,
apagando los colores
como se apagan las velas de un oratorio
cuando acaba el musitado rezo.
Siento que la memoria pierde su vigencia
de retablo de las maravillas,
ya no habrá hadas en los cuentos,
ni libre cabalgada del Unicornio,
ni el voluble sueño de la Utopía.
Veo como el horizonte se lleva,
en volandas, todo lo que conozco,
las palabras son un galimatías
de voces huecas sin sentido,
y los sentimientos un vocinglero
y arrebatado error del tiempo.
No pongo la rodilla en tierra,
ni a los dioses del cielo, o el averno,
trémulo de miedo imploro,
hago chatarra de ese abominable
instrumento de medir los instantes,
busco huellas en el libro de la memoria,
el peripatético esqueleto de lo infinito
donde están escritos los misterios,
de esta pasión que aún no se sacia
de soñar amapolas en tu boca,
de escribir, en cada éxtasis
el pentagrama completo de tus gemidos
en el oscuro dorso del Universo.
Me declaro proscrito de lo cierto,
delineo en destellos de fugacidad
cada uno de tus contornos,
y proclamo que en esos efímeros lindes,
a ser en ti, me dispongo,
abstemio de los matices.