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de camisa blanca
y corbata,
de ojos caídos y tristes...
te recuerdo dibujando
el orgullo inocente y fiel,
todo el amor entre los espacios
de mis cuadernos brujos.
No hubieron mundos distintos
entre mi locura y tu reloj,
solo colores y olvidos
como extraños actores
de la obra que jamás terminé.
Te recuerdo de brillantina,
de traje gris de tu siglo.
Amado padre...
recojo siempre la estrella
que no te hace culpable de nada,
ni del partir un día sin despedidas...
y te recuerdo
a la hora del café negro,
de camisa blanca y corbata.
Hoy tengo tu andar
y esas ganas de viajar en tranvía,
de cenar en el viejo restaurante 33,
de imitar tu alegría y danzas.
Te recuerdo...
abrazando la vida sin dietas,
sin rencores, sin la ausencia de Dios.
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