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Cuando
los dos segadores salieron de la casa con la guadaña
al hombro, todavía la noche mantenía las contraventanas
bien cerradas.
Iban camino del tajo, bien frescos y alegres, guiados por
el resplandor de las estrellas. Tenían una hora de
trayecto hasta llegar al prado y en ese tiempo el alba ya
habría encendido su candela y podrían iniciar
la siega con los primeros rayos diurnos.
- El prado de hoy nos va a comer el día.
- Serán unos diez cuartales así que, vamos a
tener que calentar motores.
.... .....
Este prado era el del cura y la criada tenía fama de
ser una buena cocinera. Al menos no pasarían hambre
porque, los jornaleros trabajaban al jornal y mantenidos.
Esa era la costumbre.
A las nueve de la mañana, con casi cuatro horas de
trabajo sobre el cuerpo, ya tenían hambre. No tardaron
en ver aparecer a la mujer con un cesto en el que portaba
el desayuno.
Dejaron las herramientas y fueron a su encuentro. Comer bien
y a la sombra era en ese momento lo primero.
Se saludaron con respeto y la mujer sacó las viandas:
Un buen trozo de tocino, una hogaza de pan, una botella de
vino y, por último, la tortilla de patata.
Los hombres miraban aquella tortilla sin dar crédito
a lo que veían. Aquella tortilla no era como las demás.
Aquella tortilla era blanca, se podría decir que albina.
Sin salir de su asombro, uno de los hombres se atrevió
a preguntar si aquello era una tortilla de patata o algún
derivado que no reconocía.
- Es tortilla de patata y claras de huevo. Aclaró la
mujer.
- ¿Sus gallinas ponen los huevos sin yema?
-No, hombre. Es que las yemas las guardé para hacerle
un ponche al señor cura que está mal de la garganta.
Los hombres se miraron y como movidos por un resorte se pusieron
de pie para tomar las de Villa diego.
No, sin antes aclararle a la mujer:
- Dígale al cura que el que come las yemas se encargue
de segar la hierba y que nos pague por lo que hemos hecho.
Aquella tortilla de patatas tuvo mucha más historia
que éxito.
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