I
Se dormirán las olas
y tú vendrás.
Y en el silencio del agua
encontraremos un tiempo
sin
espejos
sin
dunas
ni
metáforas.
Sólo polvo.
Definitivamente escombros:
IV
Sin voz para decirlas, las palabras
se atrincheran en mi boca.
Hay demasiadas piedras en el camino.
¡Y es tan grande la urgencia del habla!
Me duelo porque me duelen.
Me duele su indiferencia
tanto como mi indefensión.
X
He descubierto la grieta
que conduce al fondo de la Tierra.
Fisura en carne viva
que
embridan
todas las incógnitas:
los
nudos que la estrangulan
y
los hilos que la tensan.
He penetrado en la Tierra
y he sentido el latido
de vuestros pasos, arriba.
Bajo su piel
he reconocido el silencio
y el miedo, la incertidumbre,
los sueños…
verdades contrariadas
por la ausencia de luz.
Un día hablará la Tierra.
El ruido impedirá reconocer
la urgencia de su grito
y seremos devorados.
Un día
rugirá la Tierra
y será demasiado tarde.
XXIII
Cenizas.
Ya no quedan rescoldos
bajo las cenizas.
Pronto
el frío acechará de nuevo.
Migrarán las aves.
Caerán las hojas de los árboles.
Pronto
se vaciarán las calles.
Ni siquiera la escasa luz de las farolas
impedirá que el francotirador
haga diana.
Muy pronto, el asfalto sentirá
la caricia de todas las cenizas
esparcidas este otoño-infierno.
XXIV
Se deslizará tu mano
bajo los pliegues del viento
y colmará su sed de sangre.
Y volveremos a sentir la brisa
y a desnudar la piel.
XXXII
Las piedras se desgastan
igual que las frases
se tornan inconexas.
Piedra y palabra sepultadas
en un mar blanco.
Canto rodado
al oeste
de los sueños:
Edades del
agua de un río
que fluye solo
en
la memoria.
XXXV
Sentada a una mesa de mármol
con vistas a la calle, una mano
acude al papel.
El mármol, de un blanco impoluto,
se torna al pronto lápida.
La mano
vierte en ella su epitafio:
aquí pasé la vida
esperando a una palabra.
XXXVII
Una palabra me llevó hasta ti
en el azul silencio de la noche.
Otra me abrió las puertas del mar
ofreciéndome una escala interminable.
Esa palabra se llama sueño.
Pero podría llamarse sombra, o color,
o simplemente aire.
El aire que tus cuadros me ofrecen
cuando ya no puedo respirar.
XLV
Alguien dirá
que me has entregado por fin
tu rebeldía. Y que, las dos,
como sirenas rendidas,
surcamos ya otros mares.
XLVIII
Agotados los silencios te diré adiós.
Alzaré mi mano a modo de despedida
y volaremos libres:
tú, hacia no sé
qué lugar
yo, detrás de otra palabra.
Y vendrá la tormenta.
Y rugirá el viento.
Y la tierra
se abrirá
de par en par.
Algún día.
(Del poemario Definitivamente
polvo)