LA
CHICA DE LA PLAYA |
“Pero
sabía que más allá del muro oscuro
los esperaba un paraíso”.
Jhon Updike..
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El sol alcanzaba su punto álgido en la mañana
y la playa se había transformado en un hervidero de
gentes que se tostaban concienzudamente, como si ello formara
parte obligada del programa estival de sus vacaciones en la
costa. No estaba dispuesto a dejar que la rutina ni tampoco
la muchedumbre le aguaran la vacación, así que
escogió aquel espolón apartado en un extremo
de la playa, donde las piedras convivían en abundancia
con la arena haciendo desistir al resto de los turistas de
frecuentar aquella incómoda orilla.
Extendió la toalla apartando algunas de las piedras
y, desprovisto del bañador, se dispuso a conseguir
un vistoso bronceado con el que alardear entre sus compañeros
a la vuelta al trabajo. Le llamó la atención
aquella chica rubia que también se colocaba allí,
justo en el límite donde comenzaban las piedras.
En los cinco días que venía acercándose
a la playa, ella había mantenido idéntica costumbre
en el mismo lugar. No traía toalla, se sentaba sobre
la arena y amontonaba una pila de piedras sobre las que posaba
el libro que durante toda la mañana se afanaba en leer. |
Luego,
se quitaba la parte de arriba de su minúsculo tanga
blanco, antes de darse una zambullida en el mar. Su figura
esbelta se abría paso entre los reflejos dorados del
sol que destelleaban en el agua, mientras nadaba entre las
partículas multicolores del espejo marino.
- Vaya hermosura! Parece una sirena...-, pensó. |
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Después
de coincidir tantos días en la misma playa podría
afirmarse que se había creado cierta familiaridad de
cercanía. Cuando ella regresaba de la orilla hacia
el montón de piedras donde aguardaban su libro y su
mochila, un reguero de gotas de agua brillantes dibujaba filigranas
en su piel de oro. Su rostro era bello y, esta vez, volvió
la cabeza hacia él y sonrió, natural; se sacudió
el cabello y, distendida, volvió a sentarse en la arena,
ahora de espaldas al libro, observando el cielo con los ojos
cerrados, decidida a secarse.
Sabía que después acabaría por vestirse,
recoger el libro en su mochila y alejarse hacia el paseo que
bordeaba la playa. Por eso, para adelantarse, hoy se había
propuesto provocar la conversación y, tratando de evitar
imprevistos, optó por volver a ponerse el bañador.
Sin embargo, de súbito, la muchacha comenzó
a saludar con el brazo en alto a alguien que desde el paseo
le correspondía el saludo. Después de recoger
sus cosas, en un momento, ambas chicas desaparecían
entre la gente por el paseo.
Al día siguiente lamentó perder la oportunidad
de volver a intentarlo de nuevo, ya que la excursión
planeada a Los lagos y la posterior cena en el Gran Casino
así se lo impidieron. El viaje a los lagos resultó
interesante, aunque pesado, casi tortuoso, debido a los altibajos
del terreno durante el largo trayecto. Además, el calor
tórrido se adueñó de todos los ocupantes
del autobús y ya no les abandonó ni durante
la cena de gala. Sofocado y sudoroso, prefirió retirarse
antes sin importarle no asistir a la tan anunciada actuación
del Ballet Nacional, por lo que salió fuera a la busca
de un taxi que no parecía atreverse a aparecer. El
aire, ahora más fresco de la noche, calmó la
agobiante sensación de cansancio y caminó, tranquilo.
Pudo reconocer al final de la ancha avenida el paseo de la
playa que llevaba al hotel, así que se animó
con la idea de regresar a pie por el borde de la playa. |
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Ya casi podía vislumbrar
la zona de la playa sombreada de piedras donde se apostaba
por las mañanas. El sonido de las olas que rompían
en la orilla le refrescaba y aminoró el paso para disfrutarlo.
Le pareció observar una sombra más oscura en
el mismo lugar donde acudía la muchacha rubia y se
esforzó en escudriñar en la oscuridad hasta
que la vista pareció acomodarse y pudo distinguir la
espuma de las olas, las piedras apiladas y alguien sentado
allí, en la arena de la playa... |
Se paró
frente a ella, apoyado en la barandilla del paseo. Sí,
la chica de la playa estaba allí, frente al oleaje
sonoro en medio de la noche estrellada. Al poco, ella se percató
de su presencia y, volviéndose hacia él, movida
por un resorte invisible, le hizo un gesto con el brazo. Cuando
él se acercó, ella le recibió con una
sonrisa al sentarse a su lado...
-Un poco tarde
para tomar el sol, ¿no?- le preguntó, iniciando
la charla.
-Este es el mejor sitio, siempre vengo aquí. A ti también
te gusta, ¿eh?...
Le pareció sublime, encantadora, además de bella.
Se explicaba con soltura, allí, sola en la playa, sus
palabras fluían con confianza y naturalidad. Le habló
de ella, de la isla, de los parajes insospechados que no conocen
los turistas. Su voz invitaba a dejarse escuchar suave, dulce.
El tono sensual de sus palabras le envolvió, cautivándole.
Podía sentir su respiración acompasada junto
a su rostro y sus hombros se tocaban en leve roce, sentados
allí, solos en la playa. Incluso en los silencios,
se dejaban conquistar por el susurro melodioso del cómplice
oleaje.
El le contó de su viaje, apenas dos días aún
para concluir sus vacaciones y, en verdad que lo lamentaba,
pues ahora que la descubría a ella, al final, era cuando
tenía que marchar. Ella escuchaba con sus ojos, casi
acariciaba con ellos y, en actitud cariñosa, le prometió
regalarle algún recuerdo inolvidable. Le calló
la boca con un beso y, a partir de ahí, fueron las
manos las que comenzaron a hablar... El roce de los cuerpos
al conocerse se fundió entre rumores de olas y arena.
Amanecieron así en su sitio de la playa, tras una noche
de olas y cuerpos abrazados. Aquel su último día
en la isla fue único, el mejor, tan intenso que no
logró evitar en años sucesivos regresar junto
a ella, siempre que tuvo ocasión.
Luego, el tiempo transcurrió al igual para todos. Hoy
ya quedó viudo, sus hijos crecieron y se jubiló.
Su cabello se tornó canoso, el rostro ajado y sus manos
arrugadas, pero regresa ávido de emoción a la
playa, junto a ella, para sentir su tacto de piel de arena
y los jadeos del mar...
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Poemas y relatos de © Luis Tamargo,
seleccionados por el autor de sus libros "Escritos
para vivir" y " Era un bosque"
y "A media distancia",para la
revista mis Repoelas:
Maradentro
Incandescencia
La chica de la playa
Donde nacen las olas
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