No
fue por miedo que recibí a ese miserable. Hasta el momento
no he encontrado un solo hombre que me inspire ese sentimiento.
Lo hice por simple curiosidad, pues atreverse a amenazar al
Presidente electo, a solo horas de tomar posesión, es un suicidio,
y quise saber de qué madera estaba hecho el arriesgado.
Conocí a Tito Blanco durante mi campaña política, cuando me
prestó algunos servicios. La especialidad de este tipo es
desprestigiar y calumniar; actividades que realiza solo por
dinero, mucho dinero. No tuve quejas de su trabajo. En cuestión
de dos días hizo trizas a mi oponente más acérrimo. La documentación
que presentó a los medios fue impecable; ni el mejor de los
peritos la hubiera podido invalidar. Le pagué muy bien por
ese trabajito, el doble de lo que me pidió. Ahora, seis meses
después, se atreve a decirme que si no lo atiendo me voy a
arrepentir. Perro asqueroso, no sabe lo que le tengo reservado.
Tito Blanco llegó al despacho privado del Presidente electo.
Le había enviado varios mensajes solicitándole una cita, pero
la respuesta siempre había sido la misma: que estaba muy ocupado.
Harto de tantas evasivas, le envió un ultimátum: o lo recibía,
o él convocaría una conferencia de prensa en la que revelaría
todas las oscuras acciones de su campaña.
Arturo Aparicio Álvarez, el secretario privado del Presidente,
montaba guardia desde su escritorio, en su clásica postura
con el rostro inclinado hacia adelante. Mientras aguardaba
el ingreso de Tito Blanco, pensaba que solo un idiota usaría
su apodo en lugar del nombre, pero apenas lo tuvo frente a
sí percibió que eran ciertas todas las referencias de peligrosidad
que acompañaban al sujeto. Tal como se le había indicado,
lo invitó a pasar al despacho de su jefe, exhibiendo la mayor
dureza posible en el rostro, para corresponder a la cínica
sonrisa del visitante.
Me dieron ganas de patearle la vida cuando vi la sonrisa de
ese pelafustán. Tenía razón el que dijo que los imbéciles
son más peligrosos que los inteligentes, y que resultan peores
si se creen listos. Ante sujetos de esta calaña hay que controlarse,
aprender a dominar el temperamento, y conste que gracias a
ese aprendizaje hoy me encuentro en esta posición. Una respuesta
emocional en una situación delicada es un obstáculo, un error,
cuyo costo es mucho más alto que cualquier satisfacción temporal
que produzca el estallido de la rabia. En el control de las
emociones está la habilidad para distanciarse del presente
y pensar de forma objetiva en el pasado y el futuro.
—Señor Presidente, disculpe mi insistencia pero es muy
importante que…
—Al grano, Tito, al grano. No tengo tiempo para pendejadas.
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AGENDA
PARA EL DESATRE
(CAPÍTULO I) |
—Bueno…
debemos empezar por recordar que yo fui la persona que más
contribuyó a su triunfo y...
—¡Ya! No me desesperes, ¿cuánto quieres?
—Es que no se trata de dinero.
—¿Qué? No me hagas reír. Todo lo que se refiere a ti
significa dinero.
—No, no siempre, es que yo…
—Habla claro, ¿qué quieres?
—Pues bien, me imagino que ha considerado un puesto
para mí en su gabinete.
—¿Cómo? ¿Has venido hasta aquí, amenazas incluidas,
para contarme ese mal chiste?
—Hablo en serio.
—Pues no te creo. Solo piénsalo por un instante: tú,
sí, el mismísimo Tito Blanco en mi equipo de gobierno —el
Presidente electo se recostó en la silla y miró al techo,
simulando imaginarse la escena.
—¿Por qué no? Si no hubiera sido por mi gestión usted
no estuviera a punto de instalarse en la presidencia; los
nombres que ahora salen en las noticias son de gente que no
aportó ni una fracción del esfuerzo que yo…
—Alto, alto, alto. Cobraste muy bien por tus servicios.
—Sí, pero…
—Te pagué más de lo convenido, incluso.
—Es que no se trata de eso, como le dije.
—¿Ah, no? ¿De qué entonces? No abras la boca.
A ver, ya sé: quieres asegurarte una fuente de ingresos más
duradera, digamos. Mira que llegas en un buen momento, porque
estoy contra el reloj y no puedo extender esta desagradable
conversación por más tiempo, así que te ofrezco permitirte
hacer muy buenos negocios con mi apoyo. Punto.
—Los negocios son aparte. Siempre he deseado ser ministro
y ahora es mi oportunidad.
¡Que fastidio! Un estúpido con pretensiones. Entender a Tito
Blanco es fácil. Cuando eres tan pequeño y oscuro como David,
hay que encontrar a un Goliat al que atacar. Cuanto mayor
sea el objetivo, mayor es la atención que se atrae y cuanto
más audaz es el ataque, más admiración se obtiene. Presionarme
no es otra cosa que la necesidad de hacerse valorar, de sentirse
importante. Simple cuestión de notoriedad, pero eso sí: llevada
a los extremos. Tipos así lo pueden llevar a uno a la ruina
política.
El Presidente se levantó de la silla, caminó en círculos dos
o tres veces y luego se fue acercando a Tito por un costado,
muy despacio. Cuando estuvo frente al individuo le sostuvo
la mirada. Tito bajó los ojos y sacó el pañuelo para pasárselo
por el rostro; era evidente que las manos le temblaban.
De repente, el político comenzó a reír a carcajadas. Era una
risa hueca, como las que se oyen en las obras de teatro o
en las películas de suspenso. Tito también rió, aunque no
tan fuerte; su risa no trascendió más allá del cuello de su
camisa. Cuando el Presidente se puso serio, Tito dejó de reír
de inmediato. Luego vino un largo silencio. Tito se removía
en la silla, incómodo, y varias veces cruzó las piernas de
un lado a otro, hasta que el Presidente electo pensó que la
tortura había sido suficiente.
—Ministro jamás; pero estoy consciente de que has trabajado
bien. Te daré un viceministerio, y considérate complacido.
—¡Acepto, señor, acepto, no faltaba más!
El Presidente electo se arregló el saco y salió haciendo que
se escucharan sus pasos sobre la alfombra. Desde la puerta
le ordenó a su secretario:
—Voy a estar fuera. Procura que recojan la basura.
En la oficina del Presidente electo se combinan muy bien la
elegancia y la sobriedad. Lo más sobresaliente es la impresionante
biblioteca que alberga gran cantidad de libros, clásicos y
contemporáneos, ordenados tácticamente según las ramas del
conocimiento humano. Sobre el escritorio amplio y ordenado
reposan dos que en ese momento ocupan la atención del Presidente:
El Príncipe y la biografía de Napoleón. Ya una vez
él confesó que su biblia era el texto de Maquiavelo. Pese
a sus múltiples ocupaciones y compromisos, siempre saca tiempo
para la lectura, y es común escucharlo afirmar que no puede
dormir sin antes leer al menos unas cuantas páginas.
Tito Blanco permaneció en la silla, inmóvil, hasta que el
secretario apagó las luces y pareció dispuesto a cerrar la
puerta con él adentro. El funcionario guardó para sí el regocijo
que sentía al ver el semblante pálido y sudoroso del nada
grato visitante, pues adivinó que lo habían puesto en su lugar.
Mientras salía del edificio, los nervios de Tito Blanco fueron
ocupando otra vez sus lugares habituales. No había sido fácil
confrontar tan directamente al político, a quien creía conocer
mejor; para él lo más sencillo era actuar desde las sombras,
desde el anonimato, y dar allí zarpazos letales a quien se
pusiera a su alcance. Pero ahora estaba asustado; no sabía
cómo había resistido la presión del momento y, en verdad,
hubo un instante en que prefirió rendirse. Menos mal que no
lo hizo. El puesto de viceministro no era nada despreciable.
En unos meses, si trabajaba bien, se haría indispensable y
entonces la silla del ministro, sea quien fuese, estaría en
sus manos.
Ese esbirro cree que me tiene en sus manos. Lo voy a utilizar
los primeros meses de mi gestión para hacer el trabajo sucio
pendiente y después lo echaré a los lobos. Nunca olvidaré
cuando este sujeto me ofreció sus servicios; eran los días
en que Antonio Pascal me aventajaba en las encuestas por cuatro
puntos. Tito se presentó a mi centro político y pidió hablar
conmigo en privado. En pocas palabras expuso su plan y mostró
la documentación que había preparado: un contrato en el que
Antonio Pascal, tres años antes, compraba unas fincas en la
décima parte del valor catastral. Adjuntó al contrato varias
declaraciones juradas de supuestos campesinos que decían haber
sido desposeídos y lanzados a la peor de las miserias por
culpa de tal transacción. El plan era osado, pero muy bien
estructurado. Si aquello era una farsa, como sospechaba, el
escándalo me daría una ventaja esencial en la carrera política
antes de que se aclarara el asunto. Y lo más importante: Tito
se presentaría como alguien desligado de mi equipo, por lo
que no tendría que dar explicaciones. Después de la publicación
de su denuncia en los diarios, Pascal debió enredarse en explicaciones
y en anuncios de demandas al honor que surtieron efecto inmediato:
perdió las elecciones por un considerable margen de votos.
Nadie quería a un desalmado así como gobernante. Siendo fiel
a la verdad, mi triunfo se lo debo a Tito Blanco. Lo mejor
de todo fue que la percepción ciudadana era que se había efectuado
una campaña política limpia y transparente.
Aunque no fue lo que solicitó, un viceministerio no es un
puesto despreciable. De esa manera neutralizo el enojo de
Tito mientras veo qué hacer con él. Además, el poder acarrea
enemigos y tener un chacal en la nómina no solo es recomendable,
sino muy tranquilizador, sobre todo para enfrentar a los empresarios
que no son de mi agrado, ni yo del de ellos. Él se encargará
de demostrarles que oponerse al Presidente es un mal negocio.
El Presidente electo leyó varias veces su plan de gobierno.
Estaba consciente de que había promesas que podría cumplir,
pero otras serían imposibles de llevar a cabo ni en cinco
años ni en décadas. No obstante, constituían el mar de fondo
sobre el que se lucirían las olas que levantaría con su trabajo.
La primera opción sería por los más pobres. Eso en política
paga muy buenos dividendos. ¿Y cómo no? La mayor parte del
país es pobre, económicamente o en lo espiritual, que son
dos cosas distintas pero se parecen y generan solidaridad.
No es que pretendiera acabar con los pobres o con la pobreza,
sino que estos le darían excusas muy válidas para despojar
a los ricachones y a los oligarcas del dinero mal habido.
No hay quien no diga mentiras y esconda sus verdaderos sentimientos,
porque expresarlos de una manera libre resulta una estupidez
y un gran inconveniente. Se puede mentir diciendo la verdad,
mejor dicho, haciéndola enigmática y escurridiza. Algunas
veces la verdad hace daño y, en muchos casos, mata. Pero como
Presidente, no permitiría que la verdad le fastidiase la vida;
la manejaría a su conveniencia.
Desde temprana edad, él aprendió a ocultar sus pensamientos,
diciendo a los inseguros lo que deseaban oír. Pero una vez
que se establece una posición de poder, entonces ya hay posibilidades
de decir lo que realmente se piensa.
—Las promesas de campaña, y en especial la educación
y la salud, son mis mayores prioridades, así como encarcelar
a los delincuentes, porque la impunidad es el germen de la
ingobernabilidad. Si es necesario haré una cárcel en cada
esquina, para que no quede un solo sinvergüenza libre. Jamás
permitiré un cierre de calles, mi lema será “calle cerrada,
calle tomada”. En eso seré implacable. No aceptaré huelgas
ilegales y todo aquel empleado público que apoye una huelga,
será destituido de inmediato. Y en relación con los empleados
de la empresa privada, modificaré la ley, de modo que se autorice
al empleador a prescindir de los servicios de todo trabajador
indócil. No permitiré el vacío de poder ni la ausencia de
autoridad. Siempre se ha necesitado una mano fuerte para impedir
el caos y la carencia de vacíos. Mi mayor y más grande promesa
electoral ha sido instaurar el orden, pues este es el guardián
del universo.
Con ese discurso se ganó a la gente cansada de la impunidad
y de las burlas a la ley. Desde el primer día de campaña política
preparó una agenda que incluía términos fuertes contra el
sistema establecido y dijo no creer que la ley estuviese por
encima de la justicia, por lo que prometió derogar todo artículo
legal que pusiese al victimario por encima de la víctima.
Aprovechándose del ánimo popular, dijo que él sería un presidente
para presidir y para responsabilizarse del país.
Ahora, a dieciséis horas de su toma de posesión, todavía medita
en la forma de ejecutar todos y cada uno de los puntos de
su plan; pero el sueño lo vence, por lo que dispone que los
de su equipo de trabajo asuman los detalles de última hora
y se retira a descansar un par de horas por lo menos.
En la medianía de su edad madura, luce fuerte y dinámico,
pero los sobresaltos agobian, y debe tomar fuerzas para lo
que viene, para verse radiante. A él no le favorece mucho
el físico, pero al que tiene poder no le hace falta ser bien
parecido, pues con ayuda del dinero, la ropa, los estilistas
y los asesores de imagen, todo se puede mejorar. De eso ya
se ha ocupado Julieta De La Guardia, su jefa de protocolo,
una mujer bellísima, frívola, pero que le da mucha importancia
a las apariencias, con justa razón, porque en un medio como
este el éxito viene de la mano, o se va, con la imagen. Ella
ha logrado ponerlo en la portada de revistas de moda en las
últimas semanas, en ediciones en donde suelen salir artistas
locales y extranjeros, al punto de que el público se ha habituado
tanto a verlo como una estrella, que hasta él se ha olvidado
ya de que alguna vez tuvo complejos relacionados con su apariencia.
Es el Presidente de la República y se ve como tal. |