Eliminar a los
clásicos de la educación ciudadana es una buena
fórmula. Si nadie los lee, nadie tendrá dudas,
y si nadie duda, todos serán una panda de ignorantes
alimentados con el pienso que quieran ofrecerles.
Ante semejante actitud de desprestigio de la cultura y del
conocimiento humanista, declaro abiertamente mi inclinación
a la propaganda subversiva y pido que leamos a quienes nos
enseñaron a pensar, a quienes nos explicaron cómo
no dejarnos convencer por leyendas urbanas o por demagogos
de turno que pretenden asustarnos con muertes, hecatombes
y enfermedades de cualquier tipo.Que volvamos a los textos
de quienes nos indicaron la mejor manera de apreciar la vida
interior; de aquellos de quienes aprendimos a no temerla,
a luchar para ser más libres, a no escuchar cantos
de sirenas o mensajes corruptos que no nos dejan seguir los
caminos que nos conducen a la sabiduría.
Hace pocos días leía cómo Ronald Gibson
en una conferencia sobre conflictos generacionales, citaba
una serie de frases y observaba cómo el público
las aprobaba una a una. Las frases citadas hacían referencia
a una juventud mal educada que no hacía caso a las
autoridades ni sentía el menor respeto por las personas
mayores ("Ya no tengo ninguna esperanza en el futuro
de nuestro país si la juventud de hoy toma mañana
el poder…". "Los hijos ya no escuchan a sus
padres. El fin del mundo no puede estar muy lejos.".
"Esta juventud esta malograda hasta el fondo del corazón.
Ellos jamás serán como la juventud de antes…").
Ante el asombro de sus oyentes reveló el origen de
esas palabras. Habían sido dichas o escritas por Sócrates,
por Hesíodo, por un sacerdote que había vivido
2.000 años antes de Cristo o habían aparecido
en un vaso de arcilla descubierto en las ruinas de Babilonia
con más de 4.000 años de existencia. Gibson
acabó su conferencia diciendo que siempre había
sido así. Yo añadiría que esos pensadores
nos ayudaron a entender a los más jóvenes; con
ellos aprendimos la manera de enseñarles otros caminos
que no fueran los de la decepción y la muerte; y con
ellos supimos que eliminar la posibilidad del conocimiento
era convertirlos en máquinas de trabajo y sumisión.
Y que quizá fuera eso lo que pretendían y aún
pretenden los enemigos de la verdad. |