Comerte con los ojos porque me están saliendo los
dientes de leche y aún no son cuchillos, pero son
incisivos y alumbran el marfil del proboscídeo que
voy a ser en poco tiempo, ese proyecto anfibio que abre
sendas y no sabe cerrarlas, que pasta en los paisajes de
la carne siendo herbívoro y amo de su huella.
Comerte con los ojos porque hay hambre y los pastos escasean
por la falta de lluvias, porque hay necesidad y aún
me resta energía en estos músculos ciegos
que son como pistones o murciélagos.
Comerte con los ojos porque hay un no sé qué
de acantilado justo entre las pestañas, y también
hay almendras y tarde y noche y senos.
Comerte con los ojos porque hay que morir solo y una nostalgia
verde se hace trama en las uñas como un viento.
Comerte con los ojos y ser delirio o calma, esqueleto o
razones, muérdago o contrapunto.
Comerte con los ojos y sentirme capaz de la próxima
caza, y colgar en las perchas las piezas que se cobren mis
fauces como una voz o un lirio, y esperar apostado a que
las trampas salten y comience el banquete.
Comerte con los ojos y dibujar el plano de tu coreografía,
y escarbar y engañarme con cierto ardid eterno sobre
la hierba fresca, y verte de perfil con el filtro ultramar,
y cruzarte los brazos como si fueran humo, y fingirte en
la arena con trazos impecables.
Comerte con los ojos porque debo asombrarme antes de merecerte…
y cribarme la voz y espantar a los pulpos que duermen en
el pozo, y limpiarme de muertos, y hacer eucaristía
pagana del reflejo.
Comerte con los ojos porque persistes en enfrentarte a ellos,
como recién nacida para ser comulgada por mi iris
hambriento.
Comerte con los ojos y buscar que me ignores para saberte
cierta, y mirarte yaciendo con un candor de hormigas, y
sentir tu doblez como un impedimento de jabón y de
agujas.
Comerte con los ojos dejando que el instinto tome caudal
abajo para tornarse ayuno, que el sabor del milagro me hinque
de rodillas entre tus dos pezones… y humillarme sea
dulce, y llagarme sea insomnio, y tenerte sea impúdico.
Comerte con los ojos, y luego con las manos, y luego con
la boca cansada de vigilias.
Comerte en mil posturas, con raíces y almenas, con
la garganta espesa y reincidente, con la piel abismada como
en un exterminio.
Comerte…
ensalivarte…
masticarte…
y roer tu columna vertebral hasta que sea la mía.