Mi hija se
aferra a mis
pezones y
de ellos extrae,
además de vida,
un torrente de
besos y
de leche
(tu hijo
probablemente
extraería
lágrimas y sangre).
Mi hija sonríe
y eructa
mi alegría,
que se le
filtra por los
huesos
(tu hijo
seguro que
tendría problemas
de crecimiento)
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Y mi hija,
que hoy tiene
flores en las
hormonas y
su piel se
ríe a carcajadas,
tiene que saber
–y esto es muy importante–
que tu
hijo se alimentó
de hambre y
que a ti
(su padre),
muriéndote entre
piojos y
flemas por
gritar: ¡igualdad!
sólo
te dejaron
cantarle una
nana.
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