Al otro lado del cristal
una lluvia fina, persistente,
de marzo, acuchillaba
la oxidada luz de la tarde.
Salvo un viejo medio dormitando
en un rincón, no quedaba nadie
en el bar. Entonces, en un momento
-no sé por qué, ni creo que importe
demasiado, el caso es que sucedió-,
puse mi mano sobre la tuya
y te dije que te quería.
Luego pasó todo muy rápido:
a ti se te llenaron los ojos de lágrimas,
el camarero se me quedó mirando,
tuvimos que largarnos de allí. |