ANGEL
Y DEMONIO
(POEMA ESCÉNICO A DOS VOCES) |
Actor 1: ángel
Actor 2: demonio
Escenario vacío: el escenario
sólo lleno de palabras y de pisadas, de un camino que
se convierte en un laberinto. Al comenzar la función,
cada uno de los actores se encuentra en un lateral. Se hablan,
se miran en la distancia, pero ni se oyen ni se ven. Se roban
las palabras. Antes de acabar un parlamento ha comenzado el
otro. Cada uno es el eco del otro. Caminan al ritmo de los
versos: cada pisada es un verso, como cada latido del corazón
también lo es. Se acercan el uno al otro, pero siempre
se miran desde la distancia, como si nunca se hubieran movido.
Son iguales. A pesar de ser uno un ángel y el otro
un demonio, son iguales. Nunca se sabrá quién
es quién, o si realmente son dos, o si realmente es
uno solo, ya que todo acaba como empieza... o tal vez ¿empieza
como acaba? Al final, escenario vacío: el escenario
sólo lleno de los recuerdos de palabras y de pisadas,
de un camino que ha demostrado ser un laberinto. |
Ya no te quiero
Ya
no puedo dejar de quererte.
Ya no quiero verte,
ni sentirte cerca,
ni sentirte a mil kilómetros de distancia.
Ya
no puedo vivir sin sentirte cerca,
sin sentirte acurrucado en mis fronteras.
Ya no te quiero.
Ya no puedo quererte por más tiempo.
Ya
no puedo dejar de quererte.
Ya no puedo dejar de adorarte por más
tiempo.
Las gaviotas de
la despedida
se han convertido en un sello de correos.
Y tus promesas son la tinta de mi carta
que se deshace en una inútil monotonía,
en un rosario de adioses que desfilan por mis dedos.
Sin
tu cuerpo, la vida es otra cosa;
quizás más tranquila, pero otra
cosa.
Sin tus besos, la vida es indigna de las horas;
quizás con el aire te lleguen mis suspiros,
que se agarran a tu cuello como un collar
de perlas.
No me quieras,
no me quieras, no me quieras.
Yo ya no te quiero.
No
me olvides, no me olvides, no me olvides.
Yo ya no puedo dejar de quererte.
No me escribas,
no me hables, no me escuches,
no me dejes deshacerme en lágrimas por la noche.
No me sigas, no me recuerdes, no me quieras,
no me quieras, no me quieras, no me quieras.
Deja que las lágrimas se conviertan en lluvia,
lágrimas que se evaporan como el sudor de tu cuerpo.
No
me dejes, no me dejes, no me dejes nunca.
Sin tus dedos, el tacto es un truco de magia.
Sin tu boca, el gusto no puede ser nuestro.
Sin tu pecho, el olfato es una colonia de
espanto.
Sin tu risa, el oído es un manicomio
de sordos.
Sin tus ojos, la vista se agota en las esquinas.
No me recuerdes
los volantes de mis trajes de marinero,
ni las esquinas podridas de los barrios de mi infancia.
No me traigas a la vista el sepia de las fotografías.
No quiero volver la cabeza atrás y verme una vez más,
y verme sonriendo una vez más abrazado a tu pecho,
y sentirme flecha clavada en el centro de tu pecho.
No me mires, no me toques, no me recuerdes,
no me quieras.
La
noche me trae a veces tu sonrisa empaquetada,
una sonrisa de pies y de cosquillas nerviosas,
una sonrisa de olas que refrescan nuestros
cuerpos.
La noche, esta fresca noche que inaugura otoños,
me trae en ocasiones el paladar sabroso de
tu sonrisa,
y paladeo el aire con la ilusión de
descubrir el año
de tu alegría, de esa alegría
casi de niño
con que a veces te despiertas en medio de
la noche.
No me mires, no
me mires a través de los espejos.
No me mires mientras caminas solitario por los bares.
No me mires con esas pupilas torturadas de interrogantes.
No me mires, no me mires, no me mires sonriendo.
Deja caer los párpados y envuélvete en la noche
de los sueños, de esos sueños que inventan paraísos;
pero no me mires como quien se acerca a un altar:
con los ojos humildes y con el corazón en ofrenda.
Un
día te dije: “te amo”,
y el cielo se llenó de ángeles.
Las nubes corrieron y se desplomaron en una
tormenta
de más de mil trescientas serpentinas
de rayos.
Un día te vi y me acerqué al
tacto de tu cuello
y susurrando, como se hace con los animales
heridos,
te dije al oído: te amo, te amo, te
amo, te amo.
Y así me quedé: echando raíces
en tu corazón
mientras los te quiero te regaban los oídos
de cariño.
No le digas al
agua que se quede quieta en el río,
ni a las olas que cambien el ritmo de sus circunferencias.
No le digas al aire que se agote en un silbido,
ni a las tormentas que se instalen en los salones.
No le digas al mar que deje de abrazar a la tierra,
ni a la tierra que le dé la espalda al agua.
No me digas que te espere, a pesar de tus ausencias.
No te digas que te esperaré, arrullado en mi silencio.
No
te vayas, no te vayas, no te vayas, no te
vayas.
Deja que mi lengua descubra los volcanes de
tu cuerpo,
que mis manos acaricien una vez más
tu piel,
esa tierra de campo con que se cubre el universo.
No te vayas, no te vayas sin decirme a dónde
vas.
No te vayas dejándome pobre de tu presencia,
rico en suspiros, en recuerdos, en versos
moribundos.
No te vayas, no te vayas sin iluminarme el
corazón.
No te atrevas
a seguirme: nunca habitarás el olvido
como lo puedo hacer yo, con esta maestría de soledad.
No te atrevas a seguirme: el fango de mis deseos
te dejará ciego, y mudo, y sordo .... y muerto.
No
me dejes así, no me dejes, no me dejes,
no me dejes.
El vuelo de una mariposa me destroza los oídos.
Sin ti, la vida es una margarita sin pétalos,
un pájaro sin alas, un esqueleto sin
cuerpo.
No te atrevas
a seguirme, no te atrevas a anidar
golondrinas en los balcones miopes de tus ojos.
No te atrevas a seguirme: si vuelvo a verte una vez más,
no podría alejarme del sacramento de tu cuerpo.
No me sigas, no me sigas, no me sigas queriendo.
Sin
ti, las sillas se vuelven agresivas y violentas
y el sofá de casa me mira con un cierto
recelo.
Sin ti, el teléfono se ha quedado mudo
para siempre,
y para siempre tuerta la televisión;
un infierno la casa.
No me dejes, no me torture el fantasma de
tu ausencia.
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Los
dos actores se han ido acercando, paso a paso, verso a verso.
Se cruzan, se miran por un instante, pero no se ven: su dolor
sólo les permiten intuirse. Un segundo, sólo
un segundo: tiempo suficiente para que se produzcan los milagros. |
SEGUNDA
PARTE |
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Selección de poemas escogidos de
© José Manuel Lucía Megías, cedidos
amablemente por el autor, para su publicación en
la revista mis Repoelas:
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