ABUELO
Del poemario
Nada somos (Editorial Luces de Gálibo,
Málaga, 2011)
Llegábamos
siempre de noche. El pueblo vivía sumergido en la niebla.
Sus habitantes envueltos en el viento sonreían. En
la casa esperaba el olor de una sopa caliente. Besos abrazos,
Abuela cubría nuestros pequeños cuerpos con
sábanas de franela. Aquella manta que tanto nos picaba.
Nos asustaba el brillo de la cruz sobre nuestras cabezas con
su Cristo esperando un abrazo
El sábado salía el sol en aquel pueblo. Traje
de pana boina limpia oliendo a colonia. Abuelo entraba feliz
en mitad del desayuno. Rompíamos el silencio de la
espera para saludarle entre risas. Gotas de colacao migas
de madalena festejaban entre tazones de barro. Le abrazábamos
roble que acogía entre sus robustas ramas. Nos subía
en su impoluta bicicleta que siempre recordaré apoyada
en la cal de la entrada. Con su impecable color marrón
su alazán de tintes dorados. Paseábamos por
las estrechas calles mientras saludábamos a las señoras
a los gatos aquellos sábados sobre dos ruedas.
El domingo restregando con fuerza los ojos acudíamos
a misa en la pequeña iglesia del pueblo. Mi hermana
yo muy juntos imitábamos el gesto de los mayores cuando
recibían en sus bocas la sagrada forma.
Por la tarde había que marcharse Abuela nos cubría
de besos caramelos. Abuelo esperaba en la carretera Al pasar
nos saludaba con ternura sonriendo con la bicicleta apoyada
en algún árbol.
Un año
tras otro
y otro año
No tardamos en crecer. Tampoco tardó Abuelo en morir.
La bicicleta siguió presidiendo la entrada de la casa.
Los habitantes del pueblo fueron pareciéndonos menos
felices. Mi hermana dejó de ir. Abuela también
murió Se abrazó muy fuerte a su marido cuando
la enterramos
Un día el alazán quedó borrado por el
orín del hierro. Mi padre llevó la bicicleta
al vertedero que estaba en la carretera. La dejó apoyada
en un árbol caído. Al marcharnos la vi y a Abuelo
saludando con su sonrisa de ternura.
Nunca quise volver.
|