A
Marga Gil Roësset
Con tus dedos polvorientos rozaste lo indecible.
Extrajiste el ingenio de la arcilla,
la pureza del yeso y la caliza.
Esculpiste en la piedra su cisura
para atisbar en su corte los cimientos.
Tallaste el enigma del lento amanecer.
Robaste al sueño su desvelo
para moldear la transparencia.
Arrancaste del mármol su irisada nobleza
y del herrumbroso fósil la raíz.
Hoy tu rictus es polvo del granito.
Tu rostro se esfumó en la niebla.
Tu vivo ingenio cinceló
la transparencia.
Estoy condenada a sumergirme en tu silencio.
Sólo oigo tu color
tan pálido.
Porque grabaste
-Para toda la vida-
en el barro de la estatua desolada.
Porque ya intuías lo inextinguible del amor
de la luz
y del deseo.
Las imágenes se escapan de mi mente,
huyen despavoridas hacia un horizonte
menos inquietante y amenazador.
Las palabras enmudecen mi espíritu,
salen aturdidas por mi boca entreabierta.
Aspiro el efluvio embriagador de la muerte.
El dolor se aleja
el miedo me abandona.
¿Dónde estás, amor?
Es intenso el color de tu mirada.
Como la luz que irradia en la penumbra
rozando lo intangible del magnolio.
Como la esmeralda olvidada entre la hierba
o el granate ardiente que mana de tu herida.
Como el enigma cristalino que ocultan
el ónix y el topacio.
¡Cuánto más blanca será
mi muerte!
Dime por qué te fuiste una mañana
turbia
envuelta en la niebla de tu desaliento.
Por qué lanzaste tu sinrazón
al pozo de la desesperanza.
Cómo recrear tu luz
Cómo soportar tu ausencia.
Te busco en la intemperie de mi sentir desolado
pero sólo oigo el pálpito de la alondra
y el arándano.
Todavía amas los versos
que precipitaron tu desconcierto
y aún bebes de la profunda herida
que amamanta tu dolor.
Pero los versos ya no beben
la sangre del rocío.
Del poemario:
El olor de tu nombre
(Premio Villa de Madrid 2008 de poesía “Francisco
de Quevedo”)
Huerga y Fierro, editores.
Madrid, 2007