COMO se abre la mano que aguardara
la última coincidencia
de unos dedos lejanos
mientras la vida alrededor simula
un gesto inapreciable,
u silencio fingido
o el antiguo dolor de unas campanas,
así he llegado hasta el desván con algo
viejo sobre la sombra en que culmina
la eterna insuficiencia de los pasos.
he subido al desván adivinándome
(como un tacto en lo oscuro),
oyendo mi crujido confundirse
con el cansancio de las escaleras.
Una luz mínima,
una luz hecha para no ser vista
ha encendido las cosas y los años
de idéntica manera que se lloran
la memoria y su rastro decadente
en discos de vinilo.
Aquí siguen
los objetos, los restos del naufragio
del que pocos recuerdan, conteniendo
las horas, los minutos y los días
como relojes que se detuvieron
y hoy vuelven a latir con ese súbito
temblo que trae la sangre al pie dormido.
Hay un aroma oculto que interrumpe
el aire y, hacia el fondo,
esa apariencia de lugar desierto
que tiene el sueño de los desterrados
o el paisaje de un cuadro o la mañana
por un parque cualquiera.
Sostengo en la mirada (la de entonces)
esta pereza que el olvido aprende
con el tiempo, lo mismo que los ojos
de un muerto de otro siglo.
En
el desván
(De "Lugares para el exilio",
(Accésit del Premio Adonais 2001) |