Estás en > Mis repoelas > Colaboraciones

 
Ejercicio para demostrar de diversas formas la inexistencia de la locura
    II

    E infinitos son los ojos que delinean el círculo.
    Sus párpados dan noche a la mirada, y la mirada apariencia de noche a las cosas.
    Soy más o menos loco, pensó Pessoa,
    y el cuajo envolvió al ojo, y se abrió la puerta —hacia la cuenca del miedo.
    Alcanzar a percibir (¿esto?) es dejar de caminar en
    esta calle con piedras cuadradas(?)
    flechas que avanzan arriba-abajo. ↔ Roturas
    De qué admirable criptografía nació este vicio
    de vivir en ciudades, de medir la vida en metros cuadros,
    meterla en cubos de diez por diez, en la coladera que ahí enfrente está
    succionante: extractor de pensamientos que todo lo convierte en tierra.

    Así,
    el hombre que (duerme? en la barra) extiende su brazo
    y me enrolla la mano, me saluda con un espira que forman nuestras manos (lalpuléahuli —dijo)
    es un gesto de igualdad trata de explicarme

    ¿y es igualdad lo que me enseña?

    (entonces)

    es mandala
        om dice
            om naciente

    Estoy en la ventana para ver lo que vive en penumbras antes del amanecer.
    Aunque resulta siempre es a mí a quien miran sedentario esos nómadas
    que caminan hacia la muerte.

    Pero al final ellos entran y toman asiento, trabajan.
    Luego toman un descanso. Y salgo a caminar —hacia el nicho.
    Al mismo punto del que ahora parto. Y trabajosamente aprendo
    a entender que un día no volveré a este sitio.

    Ese mundo (no luz/ no tiempo/ no materia)
    que vemos cuando dormimos es la Casa eterna de nuestro reposo.
    Lo demás continúa infinito su camino.

    III

    Hay quienes piensan en la Locura e incluso se asumen locos.
    O locos piensan al kamikaze que se colocó 10kg de explosivo
    y se repartió como pan en boca de los escépticos.
    O (loco) también al de lenta mente
    con daño cerebral
    porque (simplemente) nació para morir
        sin posibilidad de evitarlo (es tan dura la vida para quien lucha contra la muerte)

    Santa Locura
    — que nos salvas de un mundo peor—
    rezan los padres-hijos
    estos exhibicionistas que copulan en el metro
    o aquellos que toman sólo el alimento si ha sido cocido
    o prefieren degustar muertos frescos, vegetales
    a cadáveres de carnosos mamíferos.
    Cuán locos están todos.
    Los acaparadores del poder
    paranoicos de que un día volteemos
    a verlos, y decidamos que son unos pobres dementes.
    Se enferman pensando en qué habrá de sucederles si la locura
    se apodera de este mundo.
    Y lo salvan incluso —una y otra vez— seguros
    destrozan a los niños esquizoides de países iracundos
    incapaces de sanarse con la risa
    y todo por culpa de los excéntricos, no parafílicos, que vienen a destruir el mundo.

    También están los que comen insectos, piel de sombra
    o que empeñan su vida en salmos para ser consentidos por la mano
    que les acaricia el lomo:
        los que dejan de comer para ser un Tigre.

    Qué felicidad la de los cuerdos
    desnudos todos en el tranvía riéndose, con tabaco en mano,
    de todos los locos que afuera se agarran a golpes con cerdos de botas.
    Es tan graciosa esta función donde los desequilibrados
    son incapaces de amar, tenderle la mano al Misterio
    o recibir, puño con puño, la gracia de los desconocidos,
    maniáticos incapaces de dar un beso
    por el miedo a ensuciarse la boca
        con el labial de la vida.

Poemas seleccionados por el poeta © Andrés Cisneros, elegidos por él, para su publicación en la revista mis Repoelas:


La locura


Gambito y fuga


 


Página publicada por: José Antonio Hervás Contreras