Escribirte es borrarte. Decir tu cuerpo y la culpa de las
palomas más oscuras sobre tu vientre, entre mis uñas,
para que todo desaparezca a través de las marcas del
papel. Escribirte en el latido del ciervo, en la deuda de
los colibríes. Nombrarte ahí, en agua. A la
deriva para no perderte. Nombrarte con nubes o manzanas, en
los magnolios secos de una despedida. Sólo toco tu
ausencia. Sólo te digo en las fracturas de mi propio
decir, en los esguinces de la palabra, entre las irisaciones
imposibles de los ojos del búho. Decirte es no tenerte,
acecharte en los espacios en blanco de la escritura, prófuga
de mi voz, superviviente de mi olvido.
[De “El libro blanco”,
2009]