|
María atravesó el espejo
mordiéndose los labios,
en busca de un sendero
que llevara al otro lado.
Palpó a tientas en la semioscuridad
de aquel espacio geométrico
y allí, adivinó,
una estrella emergente
de color amarillo
y un beso de papel celofán,
no sabía muy bien
si naranja o rojo.
Se descalzó suavemente
sintiendo en sus pies
la calidez de un instante lejano
y garabateó sobre un muro,
Mañana seré humo,
con el dedo corazón
de su mano derecha.
Después se sentó a descansar
silbando una canción
que aprendió siendo muy niña
y ese momento
se congeló eternamente
en algún punto perdido
de su memoria.
Y súbitamente entendió
toda la magia
que se esconde
en las pequeñas cosas,
como el fuego purificador
que todo lo limpia,
como una lágrima transparente
que se escurre papel abajo,
como una uña inexperta
que se clava, ansiosa,
sobre la piel morena
que cubre el hueso,
como las olas nerviosas
que rompen en la playa.
(De Hablando de amor con el cobrador
del frac, Salobreña, Granada: Editorial Alhulia,
2004) |