ASUSTAVIEJAS
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¿Sabe lo que le
digo? Pues le digo que no me sacarán de aquí,
de esta corrala, como no sea con los pies por delante, por
muchos sustos que quieran darme, por mucho que me acosen con
su cobarde y rastrera forma de actuar. ¿Usted me comprende,
verdad?.
En este barrio madrileño quedan ya pocas corralas,
quizás ésta es la última de las que tienen
solera de más de un siglo. |
El barrio de Lavapies antes
estaba lleno de corralas, habitadas por gente de bien, no
crea usted; menestrales, artesanos…clase obrera, humilde
pero honrada, que daba gusto tratarse con los vecinos, porque
todos arrimaban el hombro si veían a otro en situación
necesidad; ya conocerá usted el dicho: hoy por mí
mañana por ti. Y a ver quién está libre
de encontrarse en un aprieto económico cualquier día
¿no es verdad?
Supongo que cuando se edificó esta casa de vecindad,
hace más de siglo y medio, esta calle no sería
de las más céntricas de Madrid, pero ahora sí
que lo es. Con el enorme crecimiento de la capital, este sitio
está actualmente muy cotizado. Y de ahí viene
todo el problema que yo tengo igual que lo tienen otras pobres
personas, principalmente mujeres ancianas, viudas, solas en
el mundo; después de vivir aquí treinta o cuarenta
años, si no más todavía, viene cualquier
desaprensivo y le dice que o se va o se atenga a las consecuencias.
Usted ya lo sabe, qué le voy a decir…
El progreso derribó las viejas viviendas y las sustituyó
por edificios de lujo. En pie quedan dos o tres corralas de
las de antes, que, por cierto, se ha puesto de moda rehabilitar
como apartamentos de lujo. Cosas de los tiempos, las que eran
viviendas humildes, ahora les gustan a los ricos. Los corredores
con las ventanas y las puertas de las viviendas dando a un
patio central vuelven a gustar, y más si son antiguas.
Vivir para ver… Pero no hay derecho a que los ricos
se salgan siempre con la suya, pisoteando las vidas de los
pobres, como si no fuéramos personas ni tuviéramos
sentimientos.
Le contaré cómo empezó este acoso -porque
desde el principio eso es de lo que se trata, de un verdadero
acoso-, ya que me dice usted que tiene tiempo de oírme.
A los viejos no nos suele querer oír nadie. Así
que se lo agradezco mucho. Verá, en esta corrala ya
quedaban solamente cuatro viviendas habitadas, la de la señora
Maravillas, la de la señora Almudena, la de la señora
Isidra y la mía, que me llamo Paloma, y que, mire por
dónde, aunque me llame así, no pienso levantar
el vuelo, si no es con el alma para volar al cielo el día
que me muera, si es la voluntad del Señor, porque ya
le digo que lo que es de esta corrala no me voy, que no ha
nacido el que me obligue a abandonar mi casa a base de sustos.
Como le decía, las cuatro vecinas desde antiguo éramos
las que aún resistíamos en nuestras casas de
la corrala, las cuatro viudas y ancianas, ya me ve usted a
mí ¿no?, bueno, pues las otras tres eran más
o menos de mi edad. Nos conocíamos desde que éramos
jóvenes recién casadas y vinimos a vivir a esta
vecindad, cada una con su marido, unas antes y otras después,
pero por la misma época. Así es que usted comprenderá
que habíamos visto muchas cosas juntas y habíamos
pasado cada una nuestras penalidades y nuestros disgustos,
ayudándonos las unas a las otras siempre que hacía
falta, o por lo menos, apoyándonos moralmente cuando
no se podían solucionar los problemas que fueran.
Aquí, en esta vecindad, ellas y yo pasamos muchos años
de nuestras vidas, ya ve, desde jovencitas de veinte años
a viejas de noventa. Yo cumplí noventa y dos el mes
pasado. Usted dirá si es de justicia que a esta edad
me quieran poner en la calle. Digo yo, que aguarden un poco
más; total, no me puede quedar mucho ¿no es
verdad? Pero por lo visto tienen mucha prisa y poca espera.
Sigo contándole los antecedentes, ya que dice que le
interesan; aquí nos nacieron los hijos a todas, aquí
pasamos los malos tragos que vinieron, y tampoco faltó
alguno bueno, porque en esta vida hay de todo como en botica,
ya se sabe. Así es que también tuvimos nuestros
más y menos con los maridos –bueno yo no, porque
mi difunto Fabián y yo no tuvimos nunca ningún
disgusto de importancia-, y en estas viviendas vimos como
nuestros hijos crecían y luego se marchaban de nuestro
lado, que es ley de vida que los jóvenes hagan su propio
nido, eso es así desde que el mundo es mundo, aunque
me parece a mí que tampoco es de recibo que vuelen
como pajaritos libres y no vuelvan a acordarse del padre,
como no sea para venir a su entierro, ni de la madre, que
se queda sola y desamparada, porque el padre y la madre hicieron
muchos sacrificios por sacarlos adelante, y se privaron de
muchas cosas que, como se suele decir, se quitaron el pan
de la boca por ellos.
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Pero eso es otro tema, perdóneme
usted, son divagaciones mías; ya sabe, los viejos decimos
lo que pensamos, y como pensamos mucho, que siempre estamos
solos, porque nadie tiene tiempo para pasarlo con un viejo
o una vieja, los recuerdos son nuestra única compañía.
Por eso, si alguien nos presta oído, decimos muchas
cosas, y nos vamos de un recuerdo a una opinión, y
de decir lo que opinamos o acordarnos de cuando éramos
mozos. Y no hay quien nos pare, ya lo está comprobando
usted.
Yo le agradezco mucho que me diga que no tiene prisa y que
le interesa toda esta historia mía, no se puede imaginar
lo que significa para mí que alguien me escuche, y
me tienda una mano. Hasta ahora he soportado todo esto completamente
sola, porque ya le dije que mis tres vecinas se rindieron
y se fueron de aquí. |
Pero es que es natural, que por nadie pase lo que le ocurrió
a la señora Almudena, que le salieron un par de hombres
por el corredor, cuando la pobre venía de comprar el
pan, y la zarandearon malamente, a base de empujones, que
la pobre mujer creyó que la iban a asesinar. No tenían
esa intención, menos mal, pero le tiraron la bolsa
del pan al patio y le dieron un susto de muerte, que tuvimos
que salir la señora Isidra y yo y hacerle una tila,
porque se le salía el corazón por la boca del
soponcio que llevaba encima la pobrecilla.
Además, esos venían muchas noches y se ponían
a aporrear las puertas, que no dormía una del miedo
de que le tiraran la puerta abajo y entraran a matarla.
Ya comprenderá usted que la situación era horrible,
y como le decía, las tres decidieron marcharse. La
señora Almudena, se fue con una hija suya, aunque iba
la pobrecita muy triste, porque la muchacha vive en Segovia,
y aunque sea un sitio precioso, una quiere terminar sus días
en su rinconcito.
La señora Isidra y la señora Maravillas se fueron
al asilo, que gracias a Dios, aún hay almas caritativas
y unas señoras de la parroquia les buscaron acomodo
allí, aunque hay pocas plazas y la cosa está
difícil. Así es que una a un sitio y las otras
a otro, se fueron y me dejaron sola. Y yo lo sentí
en el alma, por las dos cosas, porque las apreciaba sinceramente
y porque la corrala se quedó con su patio de vecindad
desierto, sin vida, oiga usted, como un cementerio, sin ruido,
sin ropa tendida a secar, sin un tiesto con flores…
una pena… Y luego, mucho más miedoso. Imagínese,
yo sola en todo el edificio, el miedo que habré pasado
ya y el que estoy pasando, que es lo peor, porque esta gente
es que no tiene piedad de una pobre mujer desamparada y sin
nadie que la acompañe, como ya ve usted que soy.
¿Estoy siendo pesada? ¿De verdad no le importa
que le esté contando tantas cosas? Se lo agradezco
mucho, de verdad, mucho. Una vieja, si la dejan hablar, tiene
tanto que contar… Cuanto más tiempo se vive,
más caudal de recuerdos se tiene, si una no ha perdido
la memoria, que sí que se pierde a esta edad, ya lo
sabe usted. Con los muchos años se borran las cosas
de la cabeza, pero no las que pasaron cuando joven; eso se
queda ahí como grabado y es nuestro único consuelo
y nuestra única compañía, que a veces
se olvida una de las penas de ahora acordándose de
los gozos de entonces.
¡Y hasta eso nos quieren quitar estos desalmados! Dígame
usted si es que puede ser que tengan alma los que obran de
esta manera; vaya por Dios, sin pretenderlo he hecho un juego
de palabras, “los que obran”, he dicho…
Sí, sí, es ingenioso, pero le aseguro que me
ha salido por casualidad. No, si al final me he tenido hasta
que reír, y mire que la cosa tiene poca gracia; “los
que obran”… ¡Los que quieren obrar, pero
a base de ladrillos y cemento, y rehabilitar esta corrala
para hotel de lujo! Esos las únicas obras que hacen,
hoy por hoy, son canalladas, rastreras y cobardes canalladas.
¿De verdad usted va a ponerles pleito? ¿De verdad
es posible que hasta puedan volver a sus casas la señora
Maravillas, la señora Almudena y la señora Isidra?
¡Me gustaría tanto!
Muchas veces hablábamos las cuatro en la galería
y decíamos que nos queríamos morir aquí,
en el mismo sitio en que habíamos pasado casi toda
la vida, cada una con su marido y luego con sus hijos, y con
el tiempo sin hijos y al final hasta sin marido. Las cuatro
igual, aunque cada una tuvo lo suyo, no crea ¿No le
importa que le cuente tantas cosas? ¿Que le resulta
de ayuda para el caso? Pues entonces, sigo.
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La señora Maravillas de joven hacía honor a
su nombre, sí señor, porque todo el mundo estaba
de acuerdo en que era una maravilla de mujer, que ríase
usted de las artistas de cine más guapas. Pero al marido,
precisamente por eso, se lo comían los celos, y más
de una vez a la pobrecilla le hacía unas escenas que
para qué contarle, ya se lo imaginará, pero
en el fondo eran felices, porque se querían a rabiar,
aún a pesar de los celos, que son las cosas que el
demonio pone siempre para estropearlo todo.
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La señora Almudena tenía peor suerte, su marido
era un borracho, y ese sí que me olía yo que
cuando venía harto de vio le medía las costillas
a la pobrecilla, que tuvo que pasar la pena negra con ese
hombre. Mas de una vez la pobre iba con un ojo a la funerala,
ya me comprende. Malos hombres siempre han existido, ya se
sabe.
Y la señora Isidra, la mala suerte no la tuvo con el
marido, que era un bendito, sino con los hijos, que tenía
dos y los dos le salieron rana, el muchacho porque se juntó
con malas compañías y, ya se sabe. ¡Con
decirle que está en la cárcel! Y la hija…,
la hija, pues que acabó en… ya sabe, en mujer
de la vida. No me explico cómo de dos padres que eran
trozos de pan, pudieron salir esos dos hijos extraviados.
Pero, a lo que iba, las tres como vecinas eran de lo mejor.
Cuando yo vine a vivir aquí, ellas ya estaban. Fue
el mismo día de mi boda. Y no se me ha olvidado ningún
detalle del momento en que mi difunto Fabián me entró
en la casa, y digo me entró porque me tomó en
brazos y cruzó el umbral de la puerta conmigo. Como
en las películas. Tenía unos detalles más
finos conmigo…
No le cuento más, porque son cosas íntimas y
no vienen al caso, me doy cuenta. Pero le he contado esto
para que se haga una idea de lo feliz que yo fui entre estas
cuatro paredes, que fueron mi paraíso y mi reino. Porque
yo con mi esposo fui muy feliz, pero que muy feliz, porque
él era un buen hombre, y no como otros, que una sabe
historias que ponen los pelos como escarpias, no le digo más.
Pero mi Fabián no era de esos, él era más
bueno que el pan, un bendito, ya le digo. Por eso yo no me
quejé nunca de vivir en una casa como esta, humilde
y pequeña, ya ve usted cómo es, un cuchitril
lleno de goteras, pero yo me acomodé y aunque fuera
un chiscón, pues era mi chiscón, que es lo mismo
que decir que era mi paraíso, porque el paraíso
está, creo yo, donde una tiene el corazón cuando
es joven, y donde tiene los recuerdos cuando ya es vieja ¿no
tengo razón? Y yo de joven tenía el corazón
en donde estuviera mi hombre, mi Fabián, y me importaba
un comino si era en un palacio o era en esta corrala de vecindad,
que aun siendo tan pobre, para mí era mi paraíso.
Ahora ya ve usted ese paraíso en lo que se me ha quedado;
con puntales por todos lados, con los cables de la luz colgando
y las tuberías medio desprendidas de sus abrazaderas,
que yo he visto cómo esos canallas les pegan tirones.
Asustaviejas los llaman, ¡y vaya que sin lo son! Si
hasta golpean los postes metálicos que apuntalan las
paredes, que resuenan hasta con eco, y se le queda a una el
corazón encogido…
Asustaviejas, vaya un oficio... Es un oficio de miserables.
Ya sé que el empleo está muy mal y que hay mucho
desesperado deseando trabajar en lo que sea, pero trabajar
asustando a las pobres viejas, como yo, no está bien,
no es de hombres honrados. Y ya le digo, que llevan meses
dándome unos sustos de muerte. Pero yo no me voy de
aquí, ya lo he dicho, como no sea con los pies por
delante, porque primero me tendrán qua matar.
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Menos mal que
dice usted que va a luchar por mis derechos y a denunciar
a esos malnacidos que me vienen con amenazas todos los días.
Asustaviejas los llaman… Yo digo que son ladrones de
la peor calaña, porque te quieren despojar de tus recuerdos,
de tu modo de vida de siempre. Te quieren sacar de tu casa,
que será todo lo pequeña que sea y no tendrá
ni comodidades ni condiciones ningunas, no lo niego, pero
que para una es sagrada, porque cada rincón es como
un relicario, que guarda una reliquia del pasado, y en cada
losa has pisado mil veces o han pisado las personas que más
quieres del mundo, tu marido y tus hijos. Y si el marido ya
no vive, el pobrecito, pues parece que irse de aquí,
de donde has hecho la vida con él, es como abandonarlo,
dejarlo solo como si lo fueras a olvidar ¡qué
sé yo! |
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Así es que si a una, a los años que tiene, le
quitan todo esto que le digo, usted me dirá qué
es lo que le queda.
Por eso digo que esos que vienen a arrancar los cables y las
cañerías y hasta a soltar ratas por los pasillos
no merecen ni el nombre de personas, porque lo que hacen no
es de hombres de bien, no es de hombres siquiera, que los
hombres de verdad no hacen esas canalladas.
¡Eso es no tener conciencia, no tener alma! Asustaviejas
los llaman… |
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