Con cuidado para que no le descubrieran abría su mochila, sacaba
los cuadernos de práctica, repasaba todos los trabajos del día y
anotaba los ejercicios. Suspiraba y con una sonrisa de resignación
se marchaba.
Tomaba prestada la linterna del armario que sólo utilizaban para
las emergencias y volvía al cofre. Estudiaba, hacia los deberes
y después continuaba leyendo el libro de suspense de su ama Rosa
hasta el amanecer. Estaba muy intrigado con él. En un principio,
le llamó la atención el titulo Escondido entre las sombras.
- Qué quejica estás, Cillo -dijo Zar-. Este es nuestro hogar desde
hace treces años. No debes olvidar lo que eres y de dónde procedes.
Tienes que aprender a valorar lo bueno que te ha dado la vida, ¡eres
un desagradecido! Antes vivíamos en un lado y en otro, trabajábamos
todo el día, pasábamos frío y calor y no dejaban de manosearnos.
Dormíamos en el bolso del amo, nos transportaba religándonos en
cualquier trapo sucio. Nuestra calidad de vida cambió el día que
el ama se encandiló de nosotros y nos llevó a su casa.
¿Recuerdas cuando probamos el colchón nuevo? El color rojo nos encantó,
y su tacto tan suave como la piel de un melocotón. Hasta entonces
no supiste lo que era dormir en una buena cama y ahora te lamentas
por todo, nada te agrada.
- Zar, estamos aquí dentro las veinticuatro horas del día ¡ya no
puedo soportarlo más! ¡Me asfixio, necesito ver la luz y respirar
aire puro!
- Estás sufriendo una metamorfosis, Cillo.
- No te rías de mí, sabes que no entiendo esas palabras tan raras.
- Es que te has vuelto insoportable y eres un río de lágrimas. ¿No
ves el charco que estás formando a tu alrededor? Como sigas así
te oxidarás. Lo malo es que nos contagiarás a todos -se lamentaba
Zar-. Antaño no parabas de hacer travesuras. Lo que más te gustaba
era darle rienda suelta a tus fantasías. ¡Ay, qué tiempos aquellos!
Los añoro porque por aquellos entonces eras feliz. Desde que vivimos
aquí, poco a poco te has ido convirtiendo en un alma en pena. ¿Recuerdas,
Cillo, cuando el amo se quedaba dormido y no escapábamos de la manta?
Nos enredábamos con las demás joyas y jugábamos. El día que hicimos
el columpio con el collar alucinabas, decías que las perlas eran
globos de colores. Gritabas hasta que quedarte ronco: ¡dale mas
fuerte Zar, que quiero tocar la luna! Mirabas el cielo y querías
alcanzar las nubes creyendo que eran algodones de azúcar. ¿Y cuando
tomamos “prestada” la pulsera? Se llevó una semana desaparecida
en combate. Jugábamos con ella al hulla-hop, no paramos de dar vueltas
hasta que al final la destrozamos. Las perlas se desparramaron por
todas partes. Tú y tus locuras. Menos mal que pude recomponerla.
Creíste que eran mágicas, que se había transformado en un montón
de canicas. Tuve que jugar contigo hasta que te cansaste. Por cierto,
siempre ganabas. No sé qué mañas te dabas, pero yo me enfadaba y
no quería seguir compitiendo. Nuestra ama Rosa se llevó un disgusto
que ni te cuento. Ni siquiera te percataste de lo que estaba pasando.
Lo tuyo era hacer travesuras una tras de otra y mi misión era protegerte.
Ahora nada te ilusiona, sólo escapar de aquí sin pararte a pensar
que ahí fuera corres mucho peligro.
- Zar, ya no soy el mismo. No puedo soportar la oscuridad ni el
olor a madera vieja. Además, ¡odio a las polillas! Ya no las aguanto,
me caen fatal. Se pasan las veinticuatro horas royendo y no soporto
el ruido.
- Tranquilo, a ti no te harán daño, ellas no se alimenta de la lata…
- No tengo miedo, ya me explicaste una vez que son inofensivas para
nosotros. Nunca olvido lo que me explicas. Pero son muy chocantes
y me fastidian el sueño. Estoy abrumado necesito cambiar de vida.
- ¡Cállate, Cillo, que viene el ama! El cofre se abrió y entró la
claridad. Una mano comenzó a manipular en el interior…
- Diosecito, que me elija a mí -suplicaba Cillo.
Se quedó decepcionado. El ama escogió los pendientes de oro blanco.
De nuevo ser fueron la luz y el aire fresco…
- ¿Por qué te ilusionas? -le amonestó Zar- Sabes que nosotros sólo
tenemos posibilidades de salir de lunes a viernes. Hoy es sábado.
Rosa va a cenar y siempre va de pitiminí.
- Pero ¿por qué? Estoy cansado de estar prisionero…
- Lo sabes muy bien, Cillo, nosotros estamos hecho de un metal barato,
¿te lo tengo que repetir?
- ¡No, tengo muy buena memoria, pero esto no es justo! Somos dos
tréboles bellos, todos los que nos miran lo dicen. ¡Quiero volver
al pasado, aunque tengamos que estar en una manta! Escuchábamos
música, las voces humanas nos echaban piropos y ahora parecemos
fantasmas. Sólo podemos salir de noche. Quiero oler el mar, escuchar
las olas cuando chocan contra las piedras. Ver las gaviotas en la
orilla de la playa y contemplar la llegada del ocaso.
- Lo sé, pero no puedo hacer nada para ayudarte. ¡Qué más quisiera
yo! Me gustaría tener una varita mágica para poder cambiar el destino
-contestó con pesar.
Frustrado, Cillo se quedó pensativo.
- Saldré de estas solo -se dijo-. Le demostraré a Zar que yo también
soy valiente y capaz de pensar.
Llevaba años escuchando todos los días al camión de la basura. Se
preguntaba adónde llevarían los desechos. Llegó a la conclusión
que la única forma de saberlo era formando parte de ellos.
Sigiloso, salió del cofre y se metió en la zapatilla de Rosa. Sabía
que su ama se las calzaría cuando saliera de la ducha. Entonces
lo aplastaría, quedaría destrozado y lo tiraría.
- Al fin y al cabo, no valgo nada -se lamentaba.
- ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estamos?
- No tengo ni idea, sospecho que estamos en un vertedero de basura.
- ¿Cómo se te ha ocurrido hacer esta barbaridad, Cillo?
- Sólo quería pasar a mejor vida, conocer un mundo diferente… Oye,
Zar, ¿cómo que estás aquí conmigo?
- Te vi salir. Te seguí porque eres imprevisible y temí por tu vida.
- A pesar de lo que he hecho, ¿me quieres Zar?
- ¿Lo dudas? Siempre he cuidado de ti, tú eres lo más importante
para mí.
- ¿Me perdonas? Sé que he sido muy egoísta. No he sabido valorarte
y no he pensado en el daño que podía hacerte.
- Déjate de cursilerías, Cillo, no es el momento de ponernos tiernos.
Piensa cómo podemos salir de este lugar antes que sea demasiado
tarde.
Un ruido estrepitoso interrumpió la conversación. Comenzaron a dar
vueltas. Sus cuerpos se desintegraban…
Despertaron sin saber qué había sucedido, creyendo que estaban en
el mundo de los muertos. Alucinaban, los rayos del sol los deslumbraba.
- ¿Cillo, estás pensando lo mismo que yo o es que estoy desvariando?
- ¡Estamos vivos, Zar, hemos resucitado! Nos han fundido en un bello
trébol, somos un colgante.
- Sí, ahora estamos unidos para siempre. ¿Cómo no las vamos a apañar?
Cillo, tú querrás seguir con tu vida tan alocada y yo no podré soportarte.
A mí me gustaba cómo vivía antes.
- Pero ¿qué dices, no te das cuenta que ya no estaremos encarcelados
en el cofre maldito y que podremos disfrutar de todo lo bueno?
- Claro que sí, pero hemos perdido la independencia.
- Zar, te prometo que me portaré muy bien, nunca te desobedeceré.
Pero tendrás que contarme un cuento antes de irme a dormir, hace
mucho tiempo que no lo haces.
- ¡Trato hecho! -contestó Zar con una sonrisa a su hermano Cillo.
Los dos paseaban orgullosos luciéndose en el cuello de María. Zar
comenzó a contarle un nuevo cuento a su hermano.
Había una vez una jarra de lata que se llamaba Lucia. Un mago bebió
agua en ella y se prendó de su belleza. Pensó: “la llevaré conmigo,
la convertiré en dos bellos pendientes de bisutería, les daré vida...”
Pero un buen día…
Cillo se había quedado placidamente dormido. Por fin, pensó Zar,
ya nada podría separarles. Estaba muy orgulloso de Cillo. Nunca
olvidaría que arriesgó su vida por encontrar un mundo diferente. |