EL
CARNICERO
– El oficio de carnicero no es un oficio cualquiera,
llevo en él muchos años, y a pesar de que parece
algo salvaje y desagradable, es todo un arte, lo conozco a
la perfección porque en mi vida no he hecho otra cosa.
Los utensilios que uso, aunque rudimentarios y fríos,
son perfectos para su tarea: matar y desmembrar.
Son herramientas con las que tengo una especial relación,
son mis amigas, mis compañeras, mis amantes, nunca
me son infieles, sólo están conmigo, sólo
trabajan para mí, son sólo mías y de
nadie más.
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Disfruto con ellas cuando quito la vida al animal, cuando
le vacío toda la sangre, cuando corto la piel, cuando
lo descuartizo, cuando separo las vísceras, cuando
separo los huesos de la carne… es un placer indescriptible
que no puedo comparar con nada, para mí realizar este
trabajo es más excitante que estar con una mujer.
He matado y despiezado a toda clase de animales, de todos
los tamaños, tanto domésticos como salvajes,
sólo hay uno al que aún no he tenido el gusto
de enfrentarme: a uno de mis semejantes, aunque supongo que
su carne y huesos serán similares a los demás.
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– ¡Oh no, por favor no! Ya está aquí
la pesada que viene cada día a darme la tabarra, es
que no la aguanto, me pone enfermo, siempre me hace remover
todas las piezas de todas las clases de carnes hasta que encuentra
la que satisface sus desesperantes gustos y manías,
incluso a veces, muchas veces, después de hacerme la
faena, se va sin comprar nada, y es que encima me espanta
a toda la clientela, esta mujer va a ser mi ruina. Seguro
que hay cientos o quizá miles de carnicerías
en todo Londres, y tiene que venir a la mía, esto es
una maldición. El día menos pensado la destripo,
lo juro como que me llamo Jack. |
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