La tristeza del corazón de mi soledad, es un mar de
reminiscencias nostálgicas; verdes como los olivos
de los olvidos, o los ojos de una piedra preciosa.
La pasión
de la fé, se debate en una lenta agonía; las
puertas abiertas de los templos, intentan atrapar a esas personas
que vagabundean, rebuscando razones que los induzcan por la
verdad, para reconstruir lo que el fuego destruyó en
sus vidas; remordimientos que hoy cargan en silencio como
se ha cargado al bacalao de la Emulsión Scott, por
generaciones. Ahora las mundanas celebraciones religiosas
son más impías, por la irreligiosidad profana
de los falsos profetas, y los murmullos irreverentes que se
generan en las puertas de los templos.
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LA
TRISTEZA ES UN MAR DE RECUERDOS
(para Villa de Leyva, que es una luna
de versos) |
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Los bacanales místicos
no son más que el cadáver lúdico, de
otra costumbre que se muere. No hay mayor tesoro para el alma
que el conocimiento y el entendimiento.El paso del tiempo
es inmisericorde, cuando transforma en un testimonio envejecido
y casi sin vida, todo lo que toca a su paso; algunas estatuas
lucen como momias con vida o santos en guardia, y nos hechizan
con su belleza.¡Cuántas miradas se posaron con
fé sobre ellos, para mendigarles un milagro!.
¿Cómo
pudo el arte religioso sobrevivir a guerras y a la sed de
los rapaces, que descendían del cielo en libélulas
de acero? ¿Cómo pudo la sarna enamorada del
arte religioso, vaciar las bóvedas y los templos, con
la complicidad de un pájaro de plata?
Mañana me levantaré a contemplar como brota
del barro, la belleza de los sueños de las manos artesanas;
caminaré por el bosque de los olivos hasta el desierto
de la Candelaria, donde el sosiego ora en un convento que
fué de clausura. Recorriendo las calles empedradas
de Villa de Leyva, se siente el espíritu de los recuerdos
y de los fantasmas que aún habitan en las casonas.
La belleza que sobrevivió al paso del tiempo, tiene
que defenderse con dignidad de ese hombre langosta, que corroe
todo lo que toca con la mirada; es como si no le importara
el legado, ni la herencia para las próximas generaciones;
es odio y resentimiento, al no comprender su ignorancia, el
paso fugaz por la vida, antes de iniciar ese vagar hacia la
eternidad, por ese hermoso túnel de luz azul. Yo que
he sido un vagabundo andariego, no alcanzo a imaginar la belleza
de esa luz azul esperanza, que hace de lazarillo cuando nuestra
alma se desprende del cuerpo; como he sido un resucitado:
solo imagino y pienso. Me aferro a la realidad del ahora,
con la pasión con que abrazo la desnudez de la piel
de mi amada, cuando la cabalgo desbocado con sentimiento pagano.
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Amo la sabiduría de la fantasía de la mujer,
que me trajo hasta este oasis colonial; donde los sueños
pueden pensar en voz alta y los deseos se hacen realidad sin
tener que rogar. Los versos se confunden con paisajes verdes
o amarillos áridos.
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Aquí, la agonía de la tierra no es más
que otro testimonio vergonzoso, de la brutalidad del hombre
con la naturaleza; fue como desyerbar sin razón los
sueños del cielo y el alimento de los hijos de nuestros
hijos; mañana tendrán que intentar hacer brotar
agua de piedras sedientas y resecas. Aquí se puede
hablar con el sol, con los árboles, con el paisaje.
Hay una vida que brota con pasión y con inocencia de
esta aridez; los campos parecen haber sido cercados por nadie.
El insomnio de la llanura enfermiza, presagia lagos de tristeza,
si los oídos dementes de los demonios no escuchan a
la luz que soplan los vientos. Ya no se ve la ruana, el ropón
o la mantilla negra, ni el sombrero. Envidio la riqueza de
los espíritus de estos campesinos, que no son esclavos
del oro ni del absurdo lucro. Prefiero este exilio a las formas
de esclavitud de la ciudad. Los caminos reales no son tallados
por las cotizas o las alpargatas de los fantasmales arrieros.
El progreso no es más que un despiadado y gigantesco
borrador, que solo desea dejar en blanco la memoria de los
recuerdos y una sensación de amargura y desesperación
en nuestros espíritus. ¿Será que el presente
no debe tener un pasado?. El corazón humano debe mirar
hacia el futuro, para que no nos derrote la ignorancia. Tenemos
que aprender a leer y a descifrar los mensajes de la naturaleza.
La tierra es útero y sepulcro, cuando nos devora su
boca y sus obras redimen a nuestra alma de la servidumbre
de los cuerpos. Aquí se aprende a ver lo oscuro y los
grandes abismos de la vida. El fuego del mar no es una imaginación
surrealista, sino una parábola de los desastres que
alucinarán a la tierra con sus enfermedades.
Amo los besos y las caricias de la mujer, que hace de lazarilla
y que me conduce por los laberintos de los recuerdos; donde
nada se descubre, porque no hay nada por descubrir; simplemente
se ve y se siente el paso del tiempo, y se presienten mañanas
atropellados por miedos y angustias. Ahora comprendo el por
qué dicen: Quién ha vivido una sola primavera
con pasión, ha vivido una eternidad de recuerdos. Llegan
caravanas de sueños enmarañados de demonios
enfermos o agonizando, y arman un pequeño carnaval
cada fin de semana. Es un mar de anclas, intentando retratar
el alma de las evocaciones.
¿Qué tengo que hacer para olvidarte? Solté
los recuerdos de mi infernal monólogo, pero la tristeza
en llamas se quedó esculpida, conmigo. Llego desnudo
y deprimido a expiar mis errores a orillas de este hermoso
lago, húmedo como el frailejón o el silencio
del páramo. El nombre de la tortuga amante, ya es leyenda
en mi nostálgica vida. Sé que tengo que aprender
a convivir, con los silencios helados de la orfandad amorosa.
Deseo que el adiós sea el camino, para que encuentres
la felicidad en el amor cuando regrese. No dejes que los derrumbes
que se precipitan por las tormentas, te sepulten en un absurdo
abismo. Aléjate de los versos negros que inventé,
para atrapar cuerpos con su música. Mi miseria, ya
no le reclama esperanzas lascivas a la vida. Deja que los
vientos de agosto, se encarguen de poner a volar tus sueños.
Con certeza te digo: ¡La felicidad, existe!, pero tienes
que ir tras ella, hasta encontrarla.
Con todo el amor de tú desolado y solitario amigo. |
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