EL
REGALO |
Encontró
el muñeco bajo el bordillo de la acera. Aunque pensándolo
bien el orden correcto no sería ese, sino este otro:
el muñeco fue quien la encontró a ella al ir
a subir a la acera.
Iba hacia su casa, acababa de terminar la jornada laboral
y quería llegar pronto a su casa, era su cumpleaños
y aunque estaba sola había decidido celebrarlo consigo
misma. Esa tarde había quedado a tomar unas copas con
las chicas, pero tenía ganas de algo especial y decidió
comprarse ese delicioso pastel de carne, un curioso y sabroso
plato que había descubierto en su último viaje
por la India. Le había gustado mucho y casualmente
al lado de su oficina habían abierto un restaurante
hindú.
Por eso esa mañana iba aún más deprisa
que habitualmente, quería prepararse un banquete como
si fuese a celebrarlo con el hombre de su vida, pondría
el mantel de encaje , las velas rojas y el mejor vino que
había encontrado en la tienda.
Cruzó contra sus costumbres con el semáforo
en rojo aprovechando un momento en el que parecía no
circular ningún coche. Conocía tan bien el camino
que casi no necesitaba mirar hacia el suelo, por eso cuando
su pie notó un objeto extraño donde solo debía
haber el vacío previo al escalón que separaba
la calzada de la acera, se vio obligada a disminuir su ritmo
para ver que era lo que la había frenado. |
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Fue tal la impresión de esa mirada clavada en la suya,
que por un momento estuvo a punto de perder el equilibrio.
Detuvo su carrera y se agachó a recoger al propietario
de esos ojos que parecían sonreírle.
Respondió a su sonrisa haciendo lo propio extasiada
ante esa dulce expresión, hasta que el claxon de un
coche que avanzaba hacia ella por ese carril, la hizo retomar
su paso anterior y subir apresuradamente a la acera.
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Toda la prisa que llevaba desapareció de pronto, se
había quedado prendida en la mirada de ese extraño
muñeco. No podía apartar sus ojos de los suyos,
incomprensiblemente estaban llenos de vida y parecían
sonreírle, incluso quererle decir algo.
En un gesto inconsciente lo apretó contra su pecho
y siguió hacia la casa, parecía que aunque fortuito,
tendría al menos un regalo. . Estaba abriendo la puerta
cuando sonó el móvil. Era una de las chicas,
no podría ir esa tarde, el niño estaba con fiebre
y no se atrevía a dejarlo solo. Teniendo en cuenta
que Adela también la había llamado esa mañana
alegando problemas domésticos, parecía que iba
a celebrar su cumpleaños sola. Pero increíblemente
no le importó, es más, incluso se alegró.
Así podría disfrutar de ese extraño personaje
que había llegado a su vida.
Metió el pastel de carne en el horno y se sirvió
una copa de vino Con ella en una mano y el muñeco en
la otra se dirigió al sofá. Se sentó
y colocó al pequeño elfo – eso es lo que
parecía ser – en sus rodillas.
Le arregló la ropa, atusó sus cabellos y movida
por un extraño impulso lo acercó hasta sus labios
y lo besó. Entonces fue cuando el muñeco le
guiñó un ojo, o al menos eso creyó ver
ella. Asustada se levantó tan deprisa que lo tiró
al suelo. Dejó la copa que ya casi había vaciado
sobre la mesa y sonrió para sí. “Esto
me pasa por beber con el estómago vacío”.
-Vamos a comer algo- le dijo a Oscar que era como había
decidido bautizar a su reciente compañero.
Se preparó unas verduras salteadas para acompañar
al pastel y mientras lo hacía, hablaba con su pequeño
amigo como si de su más antigua e íntima amiga
se tratara.
Cuando lo tuvo todo preparado se había establecido
una corriente entre ambos que se asemejaba bastante a una
verdadera conversación. Cogió la botella de
vino y la puso en la bandeja, en ella sentó también
a Oscar y mientras se dirigía hacia el salón
continuó hablándole de sus cosas.
Se sirvió otra copa y al poco otra más. Tanto
hablar y comer a la vez invitaban a ello.
Oscar la escuchaba atentamente, sus increíbles ojos
parecían escrutar a su interlocutora y esta estaba
tan metida en lo que hablaba que aunque en dos o tres ocasiones
le pareció verlo asentir a lo que ella decía,
lejos de asustarse como cuando creyó que le guiñaba
un ojo, continuó su charla con toda la naturalidad
del mundo. Es más, llegó incluso a pedirle su
opinión sobre determinados asuntos que en esos momentos
le preocupaban. Fue entonces cuando Oscar se incorporó
de la posición sedente en la que se encontraba y dio
un pequeño paseo alrededor de la bandeja.
Marta se rió. “¿Sabes una cosa?, creo
que estoy bebiendo demasiado, te he visto andar”
“Sí, es que se me empezaban a dormir las piernas”
contestó el muñeco.
Soltando el tenedor, Marta se levantó de la mesa dando
un alarido y corriendo hacia la puerta salió hasta
el ascensor, apretando con urgencia el botón para hacerlo
subir. Sentía el corazón desbocado en su pecho,
se apoyó contra la pared e intentó controlar
su respiración.
Lo que estaba ocurriendo era absurdo. ¿Dónde
iba? Su primera intención había sido bajar hasta
la portería y avisar a Julio, el portero. Pero ¿qué
le iba a decir? ¿qué se había encontrado
un muñeco con el que llevaba hablando más de
una hora y que de pronto este le había contestado?
Definitivamente estaba siendo víctima de una alucinación.
Recordó que la noche anterior no podía conciliar
el sueño y que ya aburrida de dar vueltas en la cama
había ido al baño a coger una de esas pastillas
que se dejó su madre olvidadas la última vez
que fue a visitarla. Puede que al mezclarla con el vino (entre
unas cosas y otras se había bebido ella sola más
de media botella) le hubiesen producido las alucinaciones
de las que estaba siendo víctima.
Intentó serenarse y tras respirar varias veces intentando
controlar su pulso, se dirigió hacia el salón.
Allí seguía Oscar tumbado sobre la bandeja,
inerte como el muñeco que era.
Sonrió para sí y lo cogió no sin cierta
precaución. Encontrarse con sus ojos la despistó
aún más. Era una mirada viva. La verdad es que
daba cierto repelús, pero aún así había
algo en él que lo hacía irresistible.
“Bueno, dijo en voz alta, llevo casi dos horas hablando
contigo sin parar. Visto con objetividad tampoco eso es muy
normal. Creo que si le contara esto a cualquiera, automáticamente
pensaría que he perdido el juicio. Pero es curioso,
me gusta estar contigo. Me gusta incluso tu tacto y abrazar
tu pequeño cuerpecillo es un placer, al fin y al cabo
gracias a ti no estoy celebrando sola mi cumpleaños.
¿O si? Tampoco dice mucho a mi favor que celebre mi
treinta cumpleaños contigo, ¿sabes qué
Oscar? creo que vamos a emborracharnos, así a lo mejor
recuperas la palabra, tan poco está tan mal tener un
muñeco que habla ¿no crees? |
Riéndose
de si misma apuró lo que quedaba en la botella y descorchó
otra de champán que tenía reservada para la
ocasión. Bebió tanto que perdió la conciencia
de todo lo que la rodeaba. No podría decir exactamente
cuando se durmió, pero sí lo que soñó:
Oscar de pronto se convirtió en un hombre de carne
y hueso, solo quedaban de él sus ojos, su profundidad,
su cercanía y esa forma de mirarla entre jocosa y divertida.
Curiosamente su voz era idéntica a la que le pareció
escuchar cuando lo vio andar por la bandeja. No sabría
decir de qué hablaron pero sí que lo hicieron
durante una eternidad, después bailaron, se besaron
y tomándola en brazos la condujo hasta la cama, nunca
ni en sus mejores sueños había conocido un amante
tan solícito e impetuoso como él, fue tal la
pasión en la que se vio sumida que incluso hizo un
moratón en el cuello a su onírico amante.
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Se
despertó con la sonrisa floja que dejan en el rostro
las noches de amor, estaba agotada, húmeda y plena,
como si lo ocurrido en su sueño hubiese sido real.
Y al volver la cabeza fue cuando lo vio, Oscar descansaba
a su lado sobre la almohada. Parecía que su carita
de porcelana le sonriera cómplicemente. Pero lo que
más le sorprendió, fue una mancha rosada que
aparecía en el lado izquierdo de su pequeño
cuello.
Se llevó las manos a la cara intentando ocultarse de
si misma y esta vez sí lo vio perfectamente, Oscar
le estaba guiñando un ojo. |
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