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Crecen
con apremio igual que el tormento,
añejas estampas que olvidaron
en el baúl los buenos desterrados.
Iglesias provistas de chupiteles, no has vuelto a beber
desde aquella,
te declaras cobarde porque es pequeña la dicha.
Crecen con apremio, una imagen y una imagen
que tratan de vosotros y de los que se han acercado
a mutilar con su impasibilidad el vagabundo recuerdo,
instante de necia servidumbre que golpea las sienes
de alguien hasta hacerlo sangrar.
A Valdaldón, casi seguro, regresan los lobos.
Apenas creerás en lo que entonces creías,
mujeres enlutadas que lavaban en presas,
niños como tú ocultos
en la Arenera Grande para nunca ser encontrados.
A veces te contagias de la peor sumisión.
Seguramente que estás perdido, los cazadores
pregonan las señas de quien falta,
el rostro ensangrentado.
Miraban sus armas y no eran de madera tampoco.
Te pareces tanto a él que me produce pesar,
guerreros que han podido ser crueles
y cortan gargantas.
Sospecho que es el afilador.
No intuyes en tu mano temblorosa su pulso:
extraviarse en los Orrios más tarde
para con serenidad fallecer.
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