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Un
niño lee en un templo, una niña recoge en
una caja la ceniza de
un mirlo, la luna escribe fuera en el Libro de los Salmos.
Mientras vamos dejando que el aceite de los ojos de Dios
gotee en la oscuridad, sube las escaleras, va cruzando
las salas.
A veces se detiene a la entrada de las habitaciones, en
su humildad doméstica, una humildad que quiere
preservar y que le impide acercarse.
Con los ojos descifra las huellas de la noche en los enseres
del sueño, en las habitaciones cerradas a la luz.
El edificio en ruinas, la maleza, las antiguas paredes
levantadas
contra las incursiones del dolor, la argamasa del miedo;
unas habitaciones clausuradas, una puerta entreabierta.
Al final de los ojos, la mirada es un molino de agua. |