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Por la noche, la joven no puede conciliar el sueño,
entonces se acuerda de su amigo Morfeo, con su ayuda las noches
se hacían más cortas, tanta vivencia era dura
de tragar. Euclides percibe su preocupación, y la invita
a observar las estrellas.
-Atenea, confío en ti, puedes llegar muy lejos, tienes
cualidades, sé la Tierra, y que los astros giren en
tus circunferencias. |
Pasaron
meses, Atenea, se volvió una excelente aprendiz, creció
como persona y mejoró sus dotes, Euclides se convirtió
en una persona realmente especial para ella. Un día,
en el atardecer, Atenea estaba dispuesta a preguntarle al
sabio Euclides la cuestión que más le inquietaba;
ya que tenía total confianza y fidelidad con él.
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Atenea trae a Euclides a un bello acantilado, en el que se
puede ver el tremendo abismo que los separa inconscientemente.
-Mi querido maestro, rey de mi cerebro, rey de mis pensamientos,
quería yo cuestionarle, ¿cómo se podría
conseguir la belleza ideal?
Euclides mira fijamente a Atenea, le coge de la mano, y le
pone su mano en el pecho.
-Mi estimada Atenea, para conseguir lo que me planteas, primero
debes conseguir la belleza interior, y desde ahí puedes
conseguir algunos objetivos de la perfección, se dice
que una línea recta está dividida en el extremo
y su proporcional cuando la línea entera es al segmento
mayor como el mayor es al menor.
Atenea se queda petrificada, se encuentra confusa, y aunque
no entiende muy bien lo que le había querido transmitir,
se siente segura, porque cree que ha dado con la respuesta
idónea, percibe su hálito. En ese momento, Atenea
puede percibir otro instinto diferente, y no sabe cómo
pero siente que será la última vez que lo vuelva
a ver.
-Euclides, nunca olvides de mí, yo siempre te resguardaré,
pero no seré la Tierra, seré tu estrella.
El maestro entiende perfectamente lo que le quiere dar a entender,
y mientras la chica se difumina en el horizonte, Euclides
contempla, contempla la primera estrella que empieza a nacer.
En un lugar fuera del estruendo, Atenea espera una divina
aparición, una deslumbrante luz la encandila, se siente
débil, y cuando despierta se encuentra junto al Dios
Zeus.
-Los dioses hemos estado observando tu experiencia, y he cambiado
mi opinión respecto a los mortales, ese humano con
el que has convivido ha dado la respuesta a lo que estábamos
buscando durante mucho tiempo, lo que te ha explicado no lo
comprendo, pero puede ser el principio de una gran teoría.
Atenea me equivoqué contigo, mereces ser diosa, mereces
volver a ser nuestra Diosa Atenea, demostraste que un mortal
puede superar a los dioses, y no solo en conocimientos. |
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De
repente altera el ambiente el Dios Apolo, que parecía
haber escuchado todo el discurso, mira su reflejo y empieza
a sobresaltar sus menguantes músculos.
-Pues yo todavía pienso que la perfección ideal
se encuentra en la belleza masculina, cada vez que contemplo
mi cuerpo, más me admiro.
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Zeus y Atenea no pueden contener la risa, Apolo los mira con
aversión, y se va, creído en su satisfacción.
-Zeus, me gusta la idea de ser de nuevo Diosa, me encantaría
volver con vosotros.
Este irradia su sonrisa, y le dice:
-Lo menos que podría hacer es concederte un deseo,
ya que decidiste volver a la familia con todo lo que te despreciamos.
La Diosa Atenea se queda pensativa, pero cree que ya tiene
entre sus manos el mejor deseo que puede pedir.
-Dios Zeus, mi deseo es que se recuerde siempre, que la humanidad
admire y reconozca, que no se quede en el olvido y permanezca
en lo diario, Euclides, conocido como el Padre de la Geometría. |
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Poemas
y relatos de Aura Cano Texto
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