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LA ODISEA DE ATENEA (parte II) - leer parte I

Por la noche, la joven no puede conciliar el sueño, entonces se acuerda de su amigo Morfeo, con su ayuda las noches se hacían más cortas, tanta vivencia era dura de tragar. Euclides percibe su preocupación, y la invita a observar las estrellas.

-Atenea, confío en ti, puedes llegar muy lejos, tienes cualidades, sé la Tierra, y que los astros giren en tus circunferencias.
Pasaron meses, Atenea, se volvió una excelente aprendiz, creció como persona y mejoró sus dotes, Euclides se convirtió en una persona realmente especial para ella. Un día, en el atardecer, Atenea estaba dispuesta a preguntarle al sabio Euclides la cuestión que más le inquietaba; ya que tenía total confianza y fidelidad con él.

Euclides matemático
Atenea trae a Euclides a un bello acantilado, en el que se puede ver el tremendo abismo que los separa inconscientemente.

-Mi querido maestro, rey de mi cerebro, rey de mis pensamientos, quería yo cuestionarle, ¿cómo se podría conseguir la belleza ideal?

Euclides mira fijamente a Atenea, le coge de la mano, y le pone su mano en el pecho.

-Mi estimada Atenea, para conseguir lo que me planteas, primero debes conseguir la belleza interior, y desde ahí puedes conseguir algunos objetivos de la perfección, se dice que una línea recta está dividida en el extremo y su proporcional cuando la línea entera es al segmento mayor como el mayor es al menor.

Atenea se queda petrificada, se encuentra confusa, y aunque no entiende muy bien lo que le había querido transmitir, se siente segura, porque cree que ha dado con la respuesta idónea, percibe su hálito. En ese momento, Atenea puede percibir otro instinto diferente, y no sabe cómo pero siente que será la última vez que lo vuelva a ver.

-Euclides, nunca olvides de mí, yo siempre te resguardaré, pero no seré la Tierra, seré tu estrella.

El maestro entiende perfectamente lo que le quiere dar a entender, y mientras la chica se difumina en el horizonte, Euclides contempla, contempla la primera estrella que empieza a nacer.

En un lugar fuera del estruendo, Atenea espera una divina aparición, una deslumbrante luz la encandila, se siente débil, y cuando despierta se encuentra junto al Dios Zeus.

-Los dioses hemos estado observando tu experiencia, y he cambiado mi opinión respecto a los mortales, ese humano con el que has convivido ha dado la respuesta a lo que estábamos buscando durante mucho tiempo, lo que te ha explicado no lo comprendo, pero puede ser el principio de una gran teoría. Atenea me equivoqué contigo, mereces ser diosa, mereces volver a ser nuestra Diosa Atenea, demostraste que un mortal puede superar a los dioses, y no solo en conocimientos.
Apolo, dios de la mitología griega
De repente altera el ambiente el Dios Apolo, que parecía haber escuchado todo el discurso, mira su reflejo y empieza a sobresaltar sus menguantes músculos.

-Pues yo todavía pienso que la perfección ideal se encuentra en la belleza masculina, cada vez que contemplo mi cuerpo, más me admiro.

Zeus y Atenea no pueden contener la risa, Apolo los mira con aversión, y se va, creído en su satisfacción.

-Zeus, me gusta la idea de ser de nuevo Diosa, me encantaría volver con vosotros.

Este irradia su sonrisa, y le dice:

-Lo menos que podría hacer es concederte un deseo, ya que decidiste volver a la familia con todo lo que te despreciamos.

La Diosa Atenea se queda pensativa, pero cree que ya tiene entre sus manos el mejor deseo que puede pedir.

-Dios Zeus, mi deseo es que se recuerde siempre, que la humanidad admire y reconozca, que no se quede en el olvido y permanezca en lo diario, Euclides, conocido como el Padre de la Geometría.
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Página publicada por: José Antonio Hervás Contreras